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Presión comercial. En el límite del bien y del mal

En Banco Santander, la presión comercial es recurrente. Si bien, en las últimas fechas, esta se ha acrecentado de manera insostenible. La venta inducida prevalece sobre la venta responsable, generando desasosiego e incomprensión entre quienes tienen la misión de asesorar y comercializar productos entre la clientela.

Hay un convencionalismo generalmente asentado, a nuestro modo de ver no del todo acertado, consistente en definir a quienes desarrollan laborales comerciales, únicamente, como vendedores. A esto hay que añadirle que, para la clase dirigente de Banco Santander, por desgracia, no está tan asentado el considerarles, primero como profesionales, como responsables y, sobre todo, como lo que realmente son, como personas.

Últimamente, zonas y por extensión directores y directoras de oficina, están cayendo en ese error, incitando a las figuras comerciales, como les gusta identificarlos en sus tablas y rankings, a que se olviden de realizar un correcto asesoramiento y una comercialización de productos que realmente genere valor añadido a la clientela y únicamente se centren en vender, masivamente, aquello que viene dirigido desde la alta dirección.

Se pueden leer a diario en sus correos electrónicos, errores tales como: que qué es eso de filtrar a los clientes para realizar las llamadas; que el ADN solo debe servir para ver los preconcedidos; que hay que llamar a destajo, confundiendo con ello la figura de un asesor financiero certificado con, sin desmerecerlo, un agente de telemarketing; que qué importa molestar a la clientela; que qué más da si la endosamos un seguro que no necesita; que para qué cumplimentar rigurosamente una declaración de salud, si con ello arriesgamos la contratación del seguro; que hay que fomentar su endeudamiento mediante el uso de tarjetas, persuadiéndola para que hagan dinero directo y aplacen, sin preocuparnos de si esto es lo mejor para ella. Vamos, un todo vale en vísperas de un ERE venidero.

Cada día es más común que la plantilla, cuando da un servicio de calidad, un asesoramiento profesional, tenga la sensación de estar haciendo algo malo o prohibido. Que no la vean contratando un seguro de protección de préstamos, que cubre entre otras cosas, contingencias que preocupan a determinada clientela, como la del desempleo, cuando, según ellos, puede venderle un seguro de venta libre, a pesar de que, en muchas ocasiones, esta no sea la opción de más valor para ella, llegándose a dar la triste paradoja de que finalmente se contrate el seguro y en lugar de llevarse una felicitación por ello, se lleve una reprimenda por no ser la venta del producto que el Banco necesita vender.

En algunas multiconferencias, psicópatas suelen catalogar, a modo de insulto, a la plantilla como funcionarios, comparación que ya de por si sola, les califica, por la falta de respeto que con ello se destila hacia el empleado público. Desde CGT les decimos que la plantilla de Banco Santander es ante todo profesional y responsable. Profesionalidad que le hace ser conscientes de la necesidad de ser un banco rentable, pero también de saber que el trabajo de banca es más que colocar el producto de moda. Y responsabilidad, para a través de la excelencia, mantener una relación duradera con la clientela, basada en la confianza.

Desde CGT insistimos en que no se ceda ante aquellas presiones que puedan desembocar en la comisión de algún error fatal. Errores que luego son utilizados como justificación para llevar a cabo sanciones, que pueden llevar al despido disciplinario. Que ante la más mínima persuasión para hacer algo mal, primeramente se denuncie y, en su caso, que su realización se derive a quién lo persuada, seguramente aquellos y aquellas que tienen interés en salvar su estatus y sus bonus. En Banco Santander, las figuras comerciales quieren hacer las cosas bien. Volver a casa contentas tras haber hecho bien su trabajo, ayudando a la clientela.

Desde CGT ya estamos tomando medidas respecto a esas personas. Personajes que, en lugar de motivar a la plantilla, tratan de hacerle la vida imposible sin darse cuenta de que, en su satisfacción, va implícita la suya propia.

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